
La industria del iGaming en México se encuentra en un punto de inflexión crucial. La convergencia de la digitalización, la conectividad móvil y las nuevas tecnologías está transformando la manera en que las empresas se comunican con los jugadores. Sin embargo, este avance plantea una pregunta ineludible: ¿cómo se puede garantizar que la publicidad del juego mantenga un equilibrio entre innovación, ética y responsabilidad social?
La publicidad digital en el ámbito del juego está evolucionando hacia un modelo mucho más inteligente y personalizado. La utilización de la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la analítica predictiva permite diseñar campañas hiperpersonalizadas que se adaptan en tiempo real al comportamiento de los usuarios. Este nivel de precisión, impulsado por las redes 5G y la omnicanalidad, transforma por completo la forma en que los operadores interactúan con su público.
Cada vez más, las marcas incorporan mecanismos de gamificación responsable, experiencias inmersivas y actualizaciones dinámicas de incentivos, lo que facilita la retención del jugador en entornos regulados. Incluso prácticas emergentes como el advergaming, donde la publicidad se integra directamente en los juegos, están ganando terreno como estrategias de conexión emocional con el usuario. No obstante, esta sofisticación tecnológica exige también un mayor compromiso ético: no todo lo que se puede segmentar debe promoverse.
En México, la regulación de la publicidad relacionada con el juego sigue anclada en la Ley Federal de Juegos y Sorteos de 1947 y en su Reglamento de 2004, administrados por la Secretaría de Gobernación a través de la Dirección General de Juegos y Sorteos. Aunque el reglamento exige que los anuncios incluyan mensajes preventivos para mayores de edad y el número de permiso correspondiente, carece de lineamientos claros para la publicidad digital moderna, lo que resulta preocupante dado el contexto actual. No hay disposiciones sobre algoritmos, segmentación en redes sociales, colaboración con influencers o supervisión automatizada de campañas.
Mientras tanto, mercados maduros como el Reino Unido o España han establecido normativas específicas para proteger a los consumidores. En esos países se limitan los horarios, se controlan los mensajes emocionales y se exige supervisión independiente del contenido publicitario. México, en cambio, tiene lagunas normativas que pueden exponer a menores de edad o a personas vulnerables a mensajes de alto impacto emocional. Aunque en el Congreso existen iniciativas para restringir la publicidad de las apuestas en medios y plataformas digitales, ninguna ha prosperado aún en forma de ley.
La falta de actualización normativa genera incertidumbre y obliga a las empresas a operar en un terreno difuso, donde la responsabilidad ética se convierte en el principal elemento diferenciador. En este contexto, la autorregulación no es una opción, sino una necesidad.
La adopción de un modelo de autorregulación inteligente permitiría al sector avanzar mientras se actualiza el marco legal. Un código de conducta consensuado entre operadores y asociaciones podría establecer normas claras sobre el contenido, los horarios, las audiencias y el uso de figuras públicas. La aplicación de tecnologías de supervisión basadas en inteligencia artificial, capaces de identificar publicidad engañosa o la exposición indebida de menores, reforzaría la transparencia y daría credibilidad al mercado.
La colaboración con organismos externos que validen los procesos internos también sería un paso esencial. La combinación de auditorías independientes con herramientas automatizadas de supervisión puede convertir a la industria mexicana en un referente regional de integridad comercial. La combinación de ética, tecnología y apertura a la evaluación externa marcaría la diferencia entre la simple comunicación comercial y una comunicación verdaderamente responsable.
Entre la oportunidad y el liderazgo
En un horizonte de cinco años, México tiene la oportunidad de consolidarse como un centro latinoamericano de iGaming responsable. Su posición geográfica, su población activa digitalmente y la creciente profesionalización del sector lo convierten en un terreno fértil para liderar prácticas éticas y tecnológicas de autorregulación. El desarrollo de plataformas automatizadas de supervisión, el uso de métricas compartidas entre operadores y la creación de sistemas auditables en tiempo real fortalecerían la confianza institucional y la competitividad del país.

La clave estará en combinar flexibilidad regulatoria con respaldo jurídico. Un marco adaptable permitirá que la industria evolucione al ritmo de la tecnología y evitará los cuellos de botella que hoy frenan la innovación en otras jurisdicciones. Al mismo tiempo, el diálogo con organismos internacionales ayudará a integrar estándares globales de transparencia y protección del consumidor, y alineará el mercado mexicano con las mejores prácticas internacionales.