
En todos mis años trabajando en el sector del juego y el entretenimiento en América Latina, una pregunta siempre vuelve a la mesa, ya sea en eventos, en sesiones de estrategia o en conversaciones con operadores y proveedores: ¿qué motiva realmente a los jugadores a apostar?
No hablo del perfil demográfico ni del ticket promedio. Me refiero a lo que impulsa a alguien —en México, en este caso— a hacer clic en una app, entrar a una casa de apuestas, comprar un boleto de Melate o sentarse frente a una tragamonedas. Saber eso es clave si queremos entender de verdad al jugador y construir una industria más sólida, más relevante… y más responsable.
Por eso me pareció muy valioso el trabajo que hizo el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en su Encuesta Nacional de Percepciones Sociales de los Juegos de Azar. Aunque es de 2016, sus hallazgos siguen dándonos pistas útiles. Y lo que más me llamó la atención fue esto: la mayoría de los mexicanos que juegan lo hacen por diversión. Pero una parte importante lo hace por necesidad.
Más del 50% de los encuestados dijo que juega por entretenimiento. Lo disfrutan, lo ven como una forma de pasar el rato, como algo lúdico. Esto conecta con algo que observo constantemente: para muchos mexicanos, el juego es una experiencia social, casi festiva. Y sí, también una válvula de escape frente a la rutina.
Pero el 25% juega con otra intención: ganar dinero. Aquí cambia el tono. No es solo diversión, es esperanza. La ilusión de que tal vez, con un poco de suerte, las cosas mejoren. Esta motivación es poderosa, pero también frágil. Y es justo ahí donde pueden comenzar los riesgos.
Cuando analizamos las diferencias por edad, el panorama se vuelve aún más interesante. Los jugadores jóvenes, especialmente entre los 25 y los 34 años, son quienes más claramente apuestan por entretenimiento. Para ellos, el juego se parece mucho al mundo digital en el que crecieron: inmediato, emocionante, visual, conectado. Juegan en línea, interactúan, prueban cosas nuevas. Si algo no les gusta, se van. Exigen experiencias bien diseñadas.
En cambio, entre los 45 y 54 años, la motivación tiende a ser económica. En muchos casos, son personas con presiones familiares, gastos altos y menos oportunidades de ingreso. Jugar representa —aunque sea simbólicamente— una salida. Un intento. Y si pierden, a veces vuelven a jugar para recuperar lo perdido. Todos los que trabajamos en esta industria sabemos lo delicado que eso puede ser.
También hay datos que rompen estereotipos. Por ejemplo, quienes tienen estudios de licenciatura o posgrado juegan más que otros grupos, y lo hacen sobre todo por diversión. Lo mismo pasa con quienes tienen ingresos más altos. Esto nos recuerda que el juego no es exclusivo de un sector: atraviesa niveles sociales, pero se vive de forma diferente.
Para un iGaming más humano
¿Y qué hacemos con esta información? Primero, dejar de hablar del “jugador mexicano” como si fuera uno solo. Hay muchos tipos de jugadores. Un joven urbano que juega desde su celular por puro entretenimiento no se parece en nada a alguien de 50 años que apuesta porque necesita dinero. Y el producto, la experiencia, la comunicación y hasta la protección que les ofrecemos debe ser distinta.
Segundo, creo que quienes estamos en esta industria —y sobre todo en el segmento digital— tenemos que usar esta información para actuar con más inteligencia y responsabilidad. Porque sí, estamos aquí para innovar, para crecer, para generar ingresos. Pero también para entender qué pasa del otro lado de la pantalla. No podemos ignorar que hay motivaciones que acercan al jugador al riesgo.
Y tercero, es momento de pensar en estrategias segmentadas de verdad. No todo se resuelve con un bono de bienvenida o una campaña genérica. Necesitamos propuestas más relevantes: contenido personalizado, promociones pensadas para el tipo de jugador y herramientas de juego responsable activas, visibles, empáticas.

México es un país enorme, diverso y lleno de contrastes. El juego también lo es. Lo que hoy motiva a alguien a apostar puede cambiar mañana. Pero si escuchamos con atención —si leemos las cifras, pero también leemos el contexto— tendremos una gran oportunidad para construir un iGaming más humano, más sostenible… y mucho más potente.